martes, 27 de marzo de 2007

Reseña Histórica de la Sexualidad y los Roles Sexuales en el Perú

El proceso que ha pasado el Perú para poder explicar las creencias, actitudes y comportamientos frente a lo que es sexualidad y roles sexuales está registrado en los libros, incluso desde el Incanato.
Según reporta Guaman Poma de Ayala, se da una diferencia en la concepción de la mujer a través de la histora. Antes de la conquista se le considera más pura, dentro de un orden asociado al existente en el Incanato. Por otro lado, la mujer andina después de la conquista, es considerada parte de la corrupción y el desorden característicos de la colonización española. Esto se refiere al contacto y establecimiento de relaciones de pareja, generalmente forzadas, que se dieron dentro de la conquista, considerando por ello a las mujeres como “grandes putas”; sin embargo, afirma que los hombres andinos sí mantienen la pureza y el orden, ya que se identifican con “el pensamiento católico y machista de la época que identifica a las mujeres como seres débiles susceptibles a la degeneración moral”.
Guaman Poma, en su postura antimestiza, sostiene que “las mujeres no son víctimas pasivas de esta situación sino virtuales cómplices, son peores que negras y ya no tienen honra”.
Cabe señalar que, durante el Incanato, las mujeres estaban sujetas a ser entregadas como parte de alianzas con grupos étnicos. “La apropiación de mujeres era una fuente de autoridad y prestigio”39, lo cual se mantuvo en los inicios de la conquista. Los españoles recibieron mujeres de la nobleza como parte del deseo de establecer alianzas y mantener una serie de intereses económicos y sociales.
La disposición de las mujeres establece una diferencia entre los derechos de hombres y mujeres: “los hombres tenían derechos sobre las mujeres y éstas no necesariamente sobre los hombres ni sobre ellas mismas”, y esto tuvo continuidad en la conquista.
Mannarelli plantea que los españoles, “provenientes de una tradición patriarcal, optaron por amancebarse con las indias, a las que consideraban doblemente inferiores, por su género y por ser miembros de grupos étnicos sometidos”.
Es así que el establecimiento de las diferencias y la consideración de las mujeres como seres inferiores se va marcando dentro de un nuevo patrón que rige las relaciones entre hombres y mujeres, haciendo énfasis en la necesidad de un hombre dominante y con derecho a decidir sobre la vida de las mujeres.
Los españoles conquistadores tenían la visión de su país de origen: ante la ley, hijos e hijas tenían igual derecho en la herencia del patrimonio familiar; sin embargo, “las mujeres eran consideradas moral y mentalmente inferiores a los hombres, estipulándose que sobre ellas se ejerciera la tutela masculina”. Esto se reflejaba en las decisiones de establecimiento de relaciones de pareja, de matrimonio, dotes, herencias, y con diferencias adicionales de acuerdo con las condiciones sociales y étnicas.
Estas diferencias se daban dentro de leyes establecidas. El imaginario social y la presencia de la Iglesia, que implicaba la aplicación de leyes, sanciones y castigos, con mayor fuerza en las mujeres. El adulterio era castigado más drásticamente en el caso de las mujeres, mientras que se daba mayor indulgencia, y por lo tanto castigos menores, a los hombres: las sanciones sociales también establecían las diferencias y las presiones para que se mantuviera esta discriminación entre hombres y mujeres y se fomentaran las acciones violentas consideradas parte de las relaciones de matrimonio, siendo la sanción para el hombre agresor mínima o subestimada la falta.
Asimismo, en las primeras generaciones de la conquista, las mujeres españolas tuvieron un rol importante de introducción y difusión de una nueva cultura, creación de instituciones, difusión de cultivos de plantas provenientes de su país de origen, etc., aunque el grado de importancia que tiene en la construcción de una nueva cultura no está enfatizado.
La situación de la mujer durante el colonialismo y el virreinato peruano siempre estuvo sujeta a la dependencia de un hombre, tanto social como económicamente, sea cual fuere su situación de estado civil: casada, viuda, divorciada, concubina, soltera.
Las actividades laborales también estaban teñidas de las discriminaciones mencionadas, sociales y étnicas: las mujeres blancas pobres podían alquilar cuartos en su casa o coser, lo que no mermaba su honor. En cambio, las mujeres de estratos bajos, de las “castas”, las indias y esclavas, de quienes no se podía esperar “honor y recato”, podían trabajar en actividades serviles, vender productos agrícolas, comidas, chicha. Esto último lo realizaban en “chicherías”, lugares frecuentados por hombres, lo cual según se reporta las ponía en situaciones de riesgo por el mismo ambiente que se generaba.
Debido a su convivencia en las casas, las esclavas establecían relaciones afectivas, de pareja, con los amos, lo que iba de la mano de la expectativa de la obtención de su libertad. Sin embargo, era frecuente que esto no se cumpliera; el tener relaciones sexuales era un bien valorado, pero los amos aducían inocencia poniendo en duda la honestidad sexual de las mujeres, lo que implicaba que no eran necesariamente quienes iniciaron la relación o que no habían sido la primera pareja sexual, lo cual los exoneraba de cualquier obligación.
Si bien el matrimonio era una institución reconocida como importante, según reporta Mannarelli, “en el Perú colonial urbano, la sexualidad transcurrió ampliamente fuera de
la institución matrimonial, con fuerte presencia de relaciones prematrimoniales y amancebamientos”, y si bien el amancebamiento era sancionado, las diferencias de género eran muy marcadas: las mujeres tenían mayores sanciones sociales e incluso económicas, mientras que los varones tenían mayores consideraciones. En principio, los hombres podían defenderse, pero las mujeres mayormente se quedaban en silencio, porque eran mal vistas las intervenciones públicas de las mujeres.
Por otro lado, si bien ambos podían pagar una multa, el adulterio era tratado de diferente manera para hombres y mujeres; para los hombres era más aceptado socialmente, mientras que para la mujer implicaba incluso poner en duda la paternidad de sus hijos, hasta penas como hacerla caminar semidesnuda por las calles.
El hombre podía solicitar la muerte de la esposa adúltera, y si él la mataba por haber sido engañado, recibía como pena ser desterrado un par de años de la ciudad o un tiempo corto en la cárcel.
La mayor sanción auto-impuesta a las mujeres era aceptar en silencio ciertas condiciones, porque poner en evidencia cualquier problema conyugal la exponía socialmente.
En general, las relaciones sexuales al margen del matrimonio eran sancionadas como falta grave, y para la Iglesia era un pecado, pero al mismo tiempo la sociedad “se mostró bastante tolerante a las relaciones extra conyugales y a las situaciones que de éstas se derivaban”.
“En verdad, el mundo colonial desde sus inicios estuvo cuajado de relaciones de dependencia. (...) La verticalidad en las relaciones sociales afectó particularmente las relaciones entre hombres y mujeres”, y esto, sumado al gran número de nacimiento de hijos ilegítimos como resultado de estas relaciones, marcó una serie de diferencias, basadas en el dominio de los varones y la subordinación de las mujeres, consideradas inferiores al igual que los niños y esclavos.
La situación de los hijos ilegítimos, a través del tiempo, ha ido enfrentando situaciones difíciles; si bien la sanción social ha cambiado, ya no son tan estigmatizados, siguen vigentes problemas de reconocimiento legal y el hecho de que pueda contar con el apoyo paterno en su manutención y necesidades.
Ya en el siglo XVIII, de acuerdo con un estudio sobre la difusión de noticias periodísticas de ese entonces, se encuentra la presencia marcada de estereotipos sobre la mujer, establecidos de acuerdo con las diferencias étnicas.
Mas aun, si el contexto que se daba era el de argumentar la superioridad masculina y el prevenir el peligro de los placeres sexuales, y “la mujer y la tentación del sexo eran una amenaza para el hombre, porque eran contrarios al ejercicio de su razón y a la salvación de su alma”, el tipo de abordaje de los periódicos de ese entonces colaboró en la difusión de los prejuicios contra la mujer, muchos vigentes hasta la actualidad.
Se resaltaba la belleza de la mujer criolla limeña, lo cual inducía a resaltar su habilidad seductora, su “centro de vida... sería la búsqueda de marido, para lo cual despliega todas
sus habilidades para seducir al hombre, pero sin perder el honor”.
Se referían a las negras y mulatas, quienes generalmente eran amas de leche y se dedicaban a cuidar a niños pequeños, como transmisoras de enfermedades y “semillas de vil corrupción de su vil raza”, se les presentaba como objeto de deseo sexual, acompañado de comentarios que cuestionaban su moralidad.
En cuanto a las mujeres indígenas, se aludía a ellas como “sumisa al varón”, afirmado que son “esclavas del varón”.
Si bien se mencionaba poco a la mujer selvática, las descripciones que hacían de ellas aludían a su vestimenta: decían que ocultaba “las partes menos honestas”.
En general, las referencias siempre iban teñidas de un cuestionamiento a su sexualidad y a su honor.
Sobre los niños, se puede encontrar una fuerte tendencia a no ocuparse de ellos. Cuando se referían a las niñas se enfatizaba la necesidad de educarlas dentro del recato, laboriosidad y prudencia, y con recomendaciones para que no fueran seducidas.
Las referencias a la mujer joven son siempre cuestionamientos por incitar a los hombres, y se les presiona para que lleguen al matrimonio, ya a partir de los 15 años, con actitudes críticas o burlonas hacia la mujer soltera. Se imponía el criterio de que ya a determinada edad debía estar casada; era adjudicarle valor por estar casada, por ella sola no lo tenía.
La alusiones a la mujer casada son en función de su servicio a la procreación y dentro del matrimonio, estado que era la continuación de la protección del padre, y también de dependencia del padre y del esposo. Además se expresaba que “el marido disponía y la mujer obedecía”. Su rol primordial era el de madre y educadora de los hijos.
Por otro lado, las alusiones a la mujer religiosa eran tan frecuentes como las alusiones a “las mujeres de mala vida”, presentadas como “fuente de pecado, instrumento de la lujuria y de los placeres de la carne”.
Se encontraban involucradas en la prostitución mujeres negras, indias, mestizas, mulatas y españolas, pero el matiz al referirse a ellas variaba de acuerdo con las diferencias étnicas, con una mayor condescendencia para las españolas.
En general, las referencias siempre aludían a su pudor y su necesidad de depender de los hombres.
Todo lo anteriormente mencionado es la trayectoria que se ha dado como antecedente de lo que actualmente se encuentra que norma las relaciones de hombres y mujeres, para poder entender cómo se ha mantenido una actitud de subestimar a las mujeres y a los niños en función de creerles seres inferiores, donde el campo de la sexualidad siempre ha implicado mayor cuestionamiento, abuso de manera discriminadora, por un lado, y por otro ha originado una postura hacia las acciones y actitudes de los hombres de mayor permisividad y tolerancia social, que prevalece hasta nuestros días.
Al revisar el surgimiento del término “sexualidad” como tal, encontramos que aparece por primera vez en el siglo XIX (Foucoult, en Giddens) dentro del campo de la biología y zoología; es recién al final del siglo que asume un significado más conocido, descrito en el Oxford English Dictionary como “la cualidad de ser sexuado o tener sexo”.
Sin embargo, desde sus inicios estableció una diferencia entre hombres y mujeres, ya que se usó para referirse a enfermedades que padecían las mujeres y no los hombres: problemas de “sexualidad femenina”, entendiéndose sólo el aspecto fisiológico
El término, en general fue definido alrededor de los límites de “normalidad”; lo que no correspondía era parte de la psicopatología.
Es por ello que al iniciarse el siglo XX, la sexualidad estaba cargada de lo impulsivo y represivo, evidenciado en la obra de Sigmund Freud.
En el Perú, en el siglo XIX y principios del siglo XX, la sexualidad era entendida, dentro del ámbito médico, como la “actuación de los órganos sexuales”. Sin embargo, de acuerdo con las normas sociales, la moral tenía que establecer los límites; “la consumación de la ley fisiológica de la Naturaleza debería estar restringida por la moral”.
Esta concepción trajo consigo un nuevo criterio de actitud de los hombres y de las mujeres, en donde la moral y lo fisiológico debían confluir. El matrimonio era percibido por los médicos como un fin que también satisfacía expectativas individuales.
En los años 80 es donde se da una gran producción de literatura sobre el tema de sexualidad, donde ya es vista como “una dimensión (fluida) de la cultura que se adquiere a través de la socialización”.
Pero también se da otro cambio, justamente en los años 80, a raíz del problema del VIH/SIDA: se da el replanteamiento del término y se convierte en un tema que necesariamente se tiene que trabajar. Hasta ese entonces las teorías sobre el comportamiento sexual estaban centradas en la persona, queriendo identificar las razones que llevan a las personas a tener conductas de riesgo, pero se da un giro al entender que “es imposible comprender de manera global por qué los individuos tienden a adoptar un comportamiento sexual específico... si no se toman en cuenta los factores provenientes del contexto socioeconómico y cultural que influyen en la capacidad de decisión, como los comportamientos personales”.

(Fuente: ¿Mercancía sexual?: Cómo Hemos Creado la Demanda para la Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes en el Perú una Investigación de IDEIF – Instituto de Estudios para la Infancia y la Familia (Iquitos), CODENI (Cusco), REDES (Huancayo), Movimiento El Pozo (Lima) con la colaboración de ECPAT International, Noviembre 2005)
Ilustración: Cuadro "Yapankani" de Danna d'Coz (vea más obras de la artistas)

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